Y sonrío
ante la impaciencia
de los veinte.
Y recuerdo
esas mismas palabras
abandonar mis labios.
Y son los treinta,
los que me han enseñado
a dejar que la vida fluya
y permitirle
marcar el ritmo
de la melodía.
Ya no me dedico a forzar
a la vida hacia un prestissimo.
He aprendido,
tal vez,
a disfrutar de los adagios,
el amor andante,
que pronto se acelera
hacia el allegro,
o vuelve hacia atrás
dejándonos saborear
dos compases de tranquilidad.
Y sin esperarlo
un día te despiertas
en mitad de un vivace,
que al pisar el acelerador
llega al presto.
Y casi sin darte cuenta
el sol aparece, tímido,
y la tempestad se calma
y vuelves al tempo largo,
de las tardes
de invierno
frente a la hoguera.
Y son los años,
la observación constante,
y la experiencia
los que me permiten
dejar a la vida
imponer
a capriccio
las revoluciones
del movimiento.
Porque he descubierto
que el camino
es el que hace
la composición
completa.
Y hay que disfrutar
la música
que la vida
como buen compositor
nos regala generosamente
al depositarnos
// sobre la partitura
en el planeta.
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