viernes, octubre 10, 2008
Viernes.
Estoy en la biblioteca. Es viernes por la tarde. La luz del sol se filtra por una ventana que hay sobre mi cabeza. Su reflejo se inyecta directamente en mi pupila, pasando inadvertido a través de cientos de hojas de los árboles que hay fuera. Es mi lugar favorito en este recinto. Una esquina, escondida del mundo. A solas conmigo misma. Esa agresividad de la luz en mis ojos se me antoja casi poética. Aparto la vista de mi ordenador y lo veo. Allí a lo lejos observo el sol. Me ciega, pero no puedo resistir la tentación de mirarlo directamente. Se esconde entre las copas llenas de ramas que no logran que pase desapercibido. Es hermoso y brillante. Parece mecido, tendido allí arriba para presentarse a mi. Hoy. En este lugar pacífico, silencioso, tranquilo, casi vacío. Lleno mis pulmones de aire a la vez que mis ojos vuelven a adaptarse a la penumbra de aquí dentro. Mi libro, quizá, no es tan interesante como pensé en un principio. Tal vez, me distrae el sol que se empeña en llamarme apuntando todos sus destellos a mi pupila. La vida de fuera me grita. El sol me tienta. Mi interior, ermitaño, quiere quedarse otro ratito en esta quietud. Disfrutar de este momento en el que soy solo suya.
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