Allí. Sentado en aquella habitación de hospital. Sabía lo que le esperaba. No quería reconocerlo. Era demasiado duro y él tan joven. Pero no cabía duda. No iban a ser buenas noticias. Lo que el médico dijese rompería los sueños de todos. Él no quería que eso pasase y se refugiaba en la inconsciencia.
- ¿Tu qué crees que dirá? - le preguntó su madre. Ella tampoco estaba dispuesta a dejarlo marchar.
- ¿Y cómo quieres que lo sepa? - dijo desviando la mirada hacia Raquel. Ella siempre estaba allí. Callada. Con esa sonrisa que curaba todos los males que el pudiese padecer.
Al mirar su cara esta vez vió preocupación. Sus ojos se le antojaban cansados de llorar. Veía que estaba agotada. Él no le había visto soltar ni una sola lágrima. Ahora se daba cuenta de que ella también había sufrido.
Raquel había sido su bastón. La persona que había soportado todo aquel tiempo con optimismo. Ella había cuidado de él, no dejando que se rindiera. Siempre le decía que envejecerían juntos y cosas así. Aquello hacía que el se sintiese un poco más fuerte para atacar un nuevo tratamiento. Parecía, en este instante, que de pronto ella también lo hubiese comprendido. No habría vejez, ni nietos sentados sobre sus rodillas esperando que les contase cómo eran las cosas en sus tiempos. Sólo habría un pequeño bebe que no le conocería. Eso lo hizo más real. Ella lo hizo real. ¿Cómo había podido leer tan claramente lo que pensaba? Ambos tenían la certeza.
- Te quiero - salio de los labios de él en un susurro. Entonces apareció esa sonrisa. Aquella que él había esperado ver cuando se giró hacia ella. Esa que decía que todo se pasaría y parecería una horrible pesadilla. Se volvió hacia su madre y él también sonrió. Mintió y dijo - Todo saldrá bien, mama... Sabes tengo un secreto... te quiero.- En aquel instante hasta su madre sonrió.
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