sábado, septiembre 29, 2007

Olores

Ese olor a madera, a sabia, que emanaba de su piel dorada anunciaba la llegada de la primavera. Era un síntoma más como las flores que abren su mirada al cielo o como los pájaros que empiezan a cantar alegres sobre el alfeizar. Se había acostumbrado a los ritmos de su cuerpo, esos que nadie más percibía. A esas pequeñas cosas que la naturaleza le regalaba sutilmente sin que al principio fuese consciente. Ahora las buscaba. Sabía que eran señales que le mostraban pequeños acontecimientos. Diminutos instantes de sabiduría concentrados en un hecho que a priori parecería aislado. Cuando encontraba uno seguia su pista. Para la gente era como leer las hojas del té. Para ella era un divertimento. Era como leer la tristeza en unos ojos que no lloran o la alegría en unas facciones serenas. Era ver los acontecimientos antes de que los demás fueran conscientes, porque podía ver las pequeñas señales. Sus pequeños secretos.
Se puso a mezclar la harina con la mantequilla. Iba a hacer la masa de las galletas. Las galletas eran su manjar preferido en primavera. Pero había muchas más cosas que cocinar. La primavera la volvía trabajadora y la aproximaba a la cocina, a sus olores y a sus cánticos. En su nariz se mezclaba el olor de su piel, ese olor acre, exquisito y sutil, con el olor dulce y arrullador de las galletas en el horno. Los olores inundaron la casa, arrastrando con ellos su olor. Ella imaginaba pequeños relámpagos de color que movían por el aire esos olores. Esos olores llegaban a la nariz de alguien y revelaban recuerdos que parecían olvidados. Todos sabían en la casa que cuando ella hacía galletas estaba a punto de llegar la primavera. Era esa transición silenciosa que se hacía en la casa. Y así empezaba el movimiento tras el estático invierno. Nadie la escuchaba pero todos la veían. Todos se volvían trabajadores para acabar reuniéndose. Alguien empezó a abrir las ventanas. Ella podía escucharlo desde la cocina. Pusieron un disco antiguo que la invitó a bailar. Ella seguía en la cocina preparando la merienda. Grandes vasos de batido rebosaban chocolate, o fresas, según cada uno prefiriese. Y para ella un gran vaso de vainilla, aquel olor daría a su piel un toque maestro, lo sabía. La batidora ahora atareada, hacía nata, levantaba claras, no paraba en toda la tarde. Parecía que el silencio del invierno se hubiese trasladado a la alegría comedida de la primavera. Se oía el murmullo de los coches a lo lejos, de vez en cuando alguna sirena. Olores nuevos invadían la cocina, olores que a veces llegaban de muy lejos. Alguien se estaba perfumando. No sabía dónde pero llegaban a su nariz pequeñas gotas de perfume. Desde la fábrica de tabacos cercana se desprendían unas cuantas fragancias a tabaco seco. Alguien abrió la puerta y el ligero aroma de humo y café se coló por la cocina. Una breve sonrisa iluminó su rostro por un instante. Si no se deba prisa no llegaría. Una tarta fue apareciendo lentamente con su trabajo. Millones de olores exquisitos inundaban el ambiente. La algarabía habia inundado también la casa. De repente apareció una marabunta que ocupó sus asientos, dejando sólo uno vacio, el de ella.
-¿Qué celebramos?- Preguntó el pequeño que era recién llegado. Todavía no conocía las rutinas.
-Que hay tarta.- Respondió ella y comenzó a repartir con una gran sonrisa. Los ruidos y las risas invadieron la cocina.

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