Empiezo a hablar
a mitad de la conversación
que ha quedado colgada
entre las líneas
que nos dibujan.
Continúo divagando
sin estar segura
de que sigues las miguitas
que deberían
señalarte el camino,
que quedan sueltas
a tu albedrío
de darles un hogar
o mandarlas al olvido.
Tus ojos, ya cansados
de obviar lo evidente,
se cierran;
yo suspiro,
seguramente para coger fuerzas
para seguir pensando
en voz alta,
intentando explicarme
lo que no entiendo.
Pero finalmente me rindo
y termino, como siempre
confusa
y entre tus brazos,
sabiendo que el diálogo
no ha terminado,
que seguirá en mi cabeza
y la retomaré
otro día
que no estemos agotados.
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