Vengo aquí y me siento.
Oyendo como la vida
fluye entre las lápidas.
Hablándote
frente a paredes
de nichos llenos.
Te visito una vez al mes.
Y no es suficiente
para no echarte de menos.
No traigo flores.
No limpio esta tumba
que no te contiene.
Pero me acerco,
dando un paseo,
una vez al mes.
Y aprovecho
para contarte
lo que acontece.
Te digo que me acordé de ti
el otro día por algún motivo tonto,
y se detuvo el tiempo.
En primavera te anuncio
que en otoño,
seremos otra vez abuelos.
Te explico las travesuras,
las preocupaciones,
las buenas nuevas.
A veces, repaso contigo
las comidas familiares,
en las que ya no estás,
en las que yo te echo de menos.
Te enumero los cambios.
Me confieso en este lugar
poblado de pajarillos y cipreses,
como antes repasaba el día
en la cama que compartíamos.
Mas, ahora sólo lo hago una vez al mes,
en la que vengo a visitarte
y me siento a tomar el sol
y a hablar contigo de la vida.
Pero más que nada, vengo,
a recordarnos, y contarte
que te echo de menos.
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