Voy hacia la orilla. Siento el tacto cálido del agua por la noche sobre mis pies. La veo acercarse, ni me inmuto, permanezco inmóvil mientras me inunda. Llega hasta mis tobillos y desaparece. Acaricia como las sabanas al deslizarse sobre tus pies. Pero yo no me muevo.
Cierro los ojos para sentir esa nueva ola que viene a llenarse de mi, a despertar mis sentidos. Se dispone a conquistar todos los poros de mi piel. Me aventuro a sentir todos y cada uno de los mensajes que se transmiten desde mis terminaciones nerviosas.
Se unen las sensaciones. La arena húmeda bajo mis pies. La diferencia de temperatura que al contacto con mi cuerpo. El choque con mi piel, inerte, sensorial. La caricia que sucede ese arrebato de pasión del mar. Me llena. Empieza a retirarse. La tierra bajo mis pies se hunde, alrededor es transportada haciéndome cosquillas. El agua abandona mi cuerpo que ha disfrutado de sentirse dominado, desafiante, ansioso, satisfecho.
Echo de menos su tacto durante unos segundos. Su temperatura. Sus caricias. Vuelve a atacarme mientras mi cuerpo permanece.
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