Me gusta el cielo azul
de mi Alicante,
en el que brilla el sol
todo el año,
menos un mes
en el que se esconde.
Me gusta ese mar
en el que existe
una lucha fratricida
entre el turquesa
y el añil.
Hasta me gustan
las palmeras
que no proveen
de sombra
y cobijo
en los agostos
asfixiantes.
Me gusta observar la arena
que abrasa los pies
cuando intentas habitarla,
y se desmorona bajo mis pies
en la orilla.
Me gustan los dorados
de esta tierra infertil,
yerma a menudo
a las súplicas
de sus gentes.
Me gusta el tempo
en el que se desenvuelve
la vida, en este rincón del mundo
que se olvida
de darle de comer
a los que lo pueblan.
Algún día,
quizá lo abandone
por lugares verdes,
o blancos,
sin azules brillantes,
ni mares de color turquesa
que se vuelven de mercurio
antes de que anochezca.
Tal vez,
algún día,
ya no vuelva.
Pero me llevaré los colores,
el tempo, las sonrisas,
la tierra, la arena dorada,
en la maleta.
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