En lugar de despedirme, te llamaré. Te preguntaré cómo estás, tras el hola de rigor quedaremos en el hotel de siempre. Pero sabré que perteneces a otras vidas que ni siquiera saben de mi existencia. Durante los dos minutos que hable contigo olvidaré quien soy, mis costumbres, el día a día. Huiré a ese lugar desierto que nos pertenece.
Yaceré, en esta vida repleta de gente. Mientras tu reposas en tu total privación de mi contenida por extraños. Existiremos únicamente en ondas telefónicas y habitaciones de hoteles lejanos a nuestros hogares y nuestras rutinas. Nos sentiremos culpables por este deseo irrefrenable que nunca resolvemos evitar.
Susurraré tu nombre, para que nadie más lo pueda oír. Tal vez así, consiga que durante tres segundos sólo sea mío. A pesar de esta necesidad que me asola a veces de enjaularte y poseerte, estoy segura de que no es así. Realmente no quiero hacerlo. Eres de los tuyos, esos sobre los que yo no pregunto y tu no me prensentas. Esos en los que no pensamos mientras clavo mis uñas en tu escápula.
Me dejarás ese sabor amargo de la semilla de cacao. Intentarás
endulzarlo con palabras furtivas. Pero mi corazón, inteligente, no te
creerá. Sin embargo, descolgaré el teléfono para oir tu voz virtual,
pixelada por la distancia. Nicotina para mi cerebro que libera
endorfinas al son de estas llamadas a escondidas.
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