miércoles, abril 30, 2008

Dostoyevski

Leyendo a Dostoyevski me he dado cuenta que mi hermano escribe como él. Mientras repasaba Noches Blancas, recordaba toda la ternura y soledad que componen los relatos de Álvaro.
Ese romanticismo platónico y explosivo. La necesidad de que otra persona mire y vea lo que existe dentro de uno. Una autodestrucción autista y ermitaña te sumergen en su mundo.
Personajes extraños, dulces, silenciosos, perdidos. Desconocidos entre la multitud que observan. Personas que encuentran la belleza en lugares solitarios e inhóspitos, en grietas que denotan el paso del tiempo. Sitios olvidados para la mayoría de nosotros. Desapercibidos para aquellos que siempre van con prisa.
Si lo pienso detenidamente son fotografías en blanco y negro de un mundo a color. Las palabras componen sensaciones que te transportan al mundo de los grises, de la tristeza, de la incomunicación. Bocetan para el que los lee la sensación de sentirse incomprendidos, de no terminar de entender la vida que bulle fuera. Su mundo interior juega dentro, los transforma y convierte el mundo en un lugar donde lo que a primera vista no considerarías hermoso, se vuelve tierno y te parte el alma.

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