lunes, abril 14, 2008

Rendijas.

Mis pies se posan sobre el parqué. Andan desnudos lentamente. Seguros recorren la distancia hasta ti. Tu que duermes serenamente. Tu respiración se acompasa con mis movimientos para llegar a la cama. Siento el calor de la estufa sobre mi piel. Mi ser se hace mar pensando en llegar junto a ti. Reproduciendo despertarte entre besos y hacerte mío otra vez esta noche. Me atrapas mientras descansas, en la telaraña de sueños eróticos que se cuelan en mi mente. Y percibo el suelo bajo mis pies, es suave y traicionero. La leve brisa de la rendija de esa ventana que no cierra bien. Las sensaciones en mi dermis son claras y contundentes. Se vuelven caricias de amor involuntarias. Me erizan, me sofocan. Esta mezcla entre exterior helado e interior febril nubla mi mente.

Llego a la cama. Se acoplan a mis curvas las sábanas que te cubren. Acunan el deseo mientras se convierten en manos que cubren cada milímetro. Mi mano se posa en la tuya. Unión. Un manto que nos envuelve a los dos en esta ardiente y fría madrugada de invierno. Todavía quedan huellas en mi memoria perceptiva de mi escapada de esta jaula. Pistas que dormitan en el subconsciente de mi deseo. El susurro de tus inhalaciones se convierte en cantos de sirena que me llaman al placentero mundo de la inconsciencia.

Mis ojos te miran cansados. A punto de cerrarse para dormir. Se acercan alegremente hacia el lugar donde te escondes. Intentando compartir fantasías oníricas en las que ser tuya por la mañana. El peso de las mantas se convierte en el abrazo que me deja rendida. En paz me encuentro. En armonía con el universo y con tus sueños, con la muerte y mi deseo. Y noto la ternura de tu mano que ahora acoge mis dedos. Es lo último que siento. Duermo.

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