jueves, octubre 25, 2007

Sexo.

Rosa leía un libro. El fuego encendido encendía su rostro. Antonio entró por la puerta quedando estupefacto ante su imagen. Ella llevaba un camisón provocativo y las llamas del fuego hacían resplandecer su blanquecina piel. Rosa no se dio cuenta de que Antonio la miraba incrédulo de que aquella única imagen hubiese encendido toda su pasión. Rosa no se había percatado de su entorno y devoraba el libro con ansia. Como cuando se besa por primera vez después del deseo contenido. Como cuando se prueba el jamón serrano cuando se vuelve a España. Y él la deseaba así. Como si la noche anterior ella no se hubiese derretido entre sus dedos. Como si la hubiese descubierto virgen en un oasis de fuego. Rosa era como una diosa épica de un cuento romano o como una deidad de la naturaleza que se presentaba ante él esperando ser devorada y poseída por él. Un héroe que vuelve de la batalla necesita su recompensa. Ella era su recompensa. Ella había conseguido que algo se encendiera en su interior sin tocarlo, sin ser tocada, sin darse cuenta. De repente su pie se movió. Antonio se desplazaba rápidamente hacia ella. Ella por fin se percató de su presencia. Leyó el deseo en su cuerpo. Y su mente se relamió. Soltó el libro, apoyándolo en el suelo. Y sonrió para indicarle que había adivinado sus intenciones. Aunque esa sonrisa encerraba una actitud. Un pequeño reto. No le sería tan fácil. Tendría que ganarse los favores de la dama. Que lo esperaba en el sofá con un ligero camisón que acabaría en el suelo.

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