Olías a vainilla, por las mañanas al despertarte a mi lado. Cuando ya te habías ido, yo abrazaba tu almohada que todavía almacenaba durante algunos instantes ese olor dulce que te acompañaba siempre. A menudo volvías, tras comprar el pan y me encontrabas allí, enchufada a tu ausencia. Esos días me decías:
- ¿No crees que es hora de levantarse ya? - Mi mente percibía tu existencia próxima y mi mano te enganchaba y te tiraba a la cama. Un grito acariciaba las mantas. En ese instante me gustaba besarte. Cuando mis ojos no se habían abierto todavía para mirarte, pero tu olías a calle y a vida.
- Estaba haciendo un conjuro para que volvieses.- Tu mirada perpleja abría mi apetito de más.
- Pero si te he dicho que iba a comprar el pan.
- No te escuchaba, sabes que mi oido es lento. Sólo olfateaba tu inexistencia.
- No me hagas reir, vamos a desayunar que he hecho café y he traido cruasanes de los que te gustan.
- ¿No podemos quedarnos en la cama un poquito más?- Mis manos ya se estaban encargando de desnudarte y mi boca no quería dejarte responder. Mientras el café se enfriaba y los cruasanes esperaban.
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