La música taladraba mis oidos mientras miraba embobada tu cara. Aquella sonrisa, con la que volvías locos a los hombres a tus dulce quince años, seguía clavada allí. Y se dirigía hacia mi, mientras las arrugas dibujaban nuevas historias junto a tus ojos. Yo. Allí. Sentada contigo. Había decidido no pestañear, no perderme un instante de ti. Ya había sido relegada al ostracismo de tu ausencia durante demasiado tiempo. Y ahora me daba cuenta.
Te habías cambiado el maquillaje. El estilo de vestir se había refinado. Sin embargo aún conservabas los gestos y las mañas. Un grito con mi nombre tatuado a fuego en el me había hecho darme la vuelta. Habías salido corriendo hacia mi y habías saltado, casi nos caemos en el reencuentro. Me agarraste, impetuosa y me subiste al tiovivo. Sin darme un segundo a pensar en lo que hacíamos. Abandonando a tu corte y mi séquito. Aunque si he de ser sincera, habían desaparecido en el momento en el que tu voz atropelló mi tímpano. Pero, tú, eso, ya lo sabías. Por eso te gustaba no dejarme pensar.
Decidiste que permanecerías sujeta a mi mano y sentenciaste que un carruaje nos iria mejor. Yo todavía estupefacta, no había articulado palabra. Absorta en tu visión que se presentaba tan clara ante mi. En cambio tu no dejabas de hablar y sonreir. No me había dado cuenta de que lo que realmente echaba de menos era tu sonrisa. Mis labios de repente se apoderaron de mi y dijeron tímidos mientras me obligaban a bajar la mirada.
- I miss you-
- ¿Qué?, - respondiste mientras levantabas con tu mano mi barbilla - tendrás que hablar más alto si quieres que te oiga. -
Y tu pupila azul se clavó en mi alma, desnudándome silenciosamente. Desapareció el tiovivo, su infernal sonido, y sólo quedó la sensación de vértigo que produce el sentirte inmóvil mientras el mundo da vueltas a tu alrededor. Y por supuesto aquellos ojos que lentamente habían decidido acariciar los rincones de mi alma que ya no era adolescente. Así que como no tenía una respuesta a aquella mirada, te besé. Al abrir los ojos, allí estaba, tu sonrisa.
- Yo también te he echado de menos.- Y me besaste apasionadamente. En aquel tiovivo.
miércoles, diciembre 29, 2010
martes, diciembre 21, 2010
¿Empezamos la partida?
Estoy detenida en el compartimento de salida
de este juego de tablero
en el que se ha convertido mi vida.
Atascada en la escalera que me devuelve
una y otra vez a la misma casilla
y me encarcela haciéndome perder turno.
Esperando angustiada que explote la dinamita
cuando al destapar la siguiente,
mi carta sea un tres de picas.
Inmóvil en cada movimiento, con el ladrón
robándome la posibilidad de construir mi maravilla.
y el asesino asestándome la puñalada definitiva.
Carente de la locomotora que me permita
consolidar el camino que lleva a mi destino
desde este errante punto de partida.
de este juego de tablero
en el que se ha convertido mi vida.
Atascada en la escalera que me devuelve
una y otra vez a la misma casilla
y me encarcela haciéndome perder turno.
Esperando angustiada que explote la dinamita
cuando al destapar la siguiente,
mi carta sea un tres de picas.
Inmóvil en cada movimiento, con el ladrón
robándome la posibilidad de construir mi maravilla.
y el asesino asestándome la puñalada definitiva.
Carente de la locomotora que me permita
consolidar el camino que lleva a mi destino
desde este errante punto de partida.
lunes, diciembre 20, 2010
Café
Una cucharilla desechable
dentro de un vaso
de plástico
desabrocha ese aroma
casi fantasmagórico
enganchado
a mis neuronas
que reproduce
rebeldía
en este espacio virtual
que me contiene;
esta parte de mi alma
ceñida por píxeles
que dibujan palabras
perdidas en los bits
de esta red de inmigrantes
ilegales
nacionalizados libres;
perfume sólido
me devuelve a este cubículo
aprisionándome
en células biodegradables
abocadas al olvido
dentro de un vaso
de plástico
desabrocha ese aroma
casi fantasmagórico
enganchado
a mis neuronas
que reproduce
rebeldía
en este espacio virtual
que me contiene;
esta parte de mi alma
ceñida por píxeles
que dibujan palabras
perdidas en los bits
de esta red de inmigrantes
ilegales
nacionalizados libres;
perfume sólido
me devuelve a este cubículo
aprisionándome
en células biodegradables
abocadas al olvido
sábado, diciembre 18, 2010
Crecer
Extrañamente;
me encanta perderme
entre la piel de tus arrugas.
Soñar con los surcos
que las sonrisas dibujan en tu mirada.
Cerrar los ojos y seguir mirando,
esas grandiosas estrías
que la juventud,
las penas y las alegrías,
han gravado en tu rostro,
almacenando la vida que hemos compartido.
No borraría un segundo
ni eliminaría un camino,
porque constatan,
más allá de toda duda,
la felicidad que alimento
y la aflicción que mitigo.
Y esas hendiduras
que tu alma
ha querido escribirte en la piel,
te hacen sobresaliente,
en la tarea de ser vivido.
me encanta perderme
entre la piel de tus arrugas.
Soñar con los surcos
que las sonrisas dibujan en tu mirada.
Cerrar los ojos y seguir mirando,
esas grandiosas estrías
que la juventud,
las penas y las alegrías,
han gravado en tu rostro,
almacenando la vida que hemos compartido.
No borraría un segundo
ni eliminaría un camino,
porque constatan,
más allá de toda duda,
la felicidad que alimento
y la aflicción que mitigo.
Y esas hendiduras
que tu alma
ha querido escribirte en la piel,
te hacen sobresaliente,
en la tarea de ser vivido.
viernes, diciembre 17, 2010
BF
Hoy, quería
escribirte
palabras de esas que derriten
icebergs de excusas;
deshacerte
a base de besos
que no se pierden en la rutina.
En cambio,
sólo sale este corazón
meláncolico
implantado en mi pecho.
Que rememora
los surcos de tu mirada,
repitiendo la película
eternamente en mi pupila,
que no es azul,
ni verde, ni de un color hermoso
que quepa en un poema,
o que exprese los suspiros
que mi boca calla.
Quién recuerda ya el roce
de tus manos de nieve
en la suave piel de mis hombros;
sólo mis neuronas,
incapaces de reproducirte
una y otra vez,
haciendo que mi piel
quede sedienta
de las notas del alma.
escribirte
palabras de esas que derriten
icebergs de excusas;
deshacerte
a base de besos
que no se pierden en la rutina.
En cambio,
sólo sale este corazón
meláncolico
implantado en mi pecho.
Que rememora
los surcos de tu mirada,
repitiendo la película
eternamente en mi pupila,
que no es azul,
ni verde, ni de un color hermoso
que quepa en un poema,
o que exprese los suspiros
que mi boca calla.
Quién recuerda ya el roce
de tus manos de nieve
en la suave piel de mis hombros;
sólo mis neuronas,
incapaces de reproducirte
una y otra vez,
haciendo que mi piel
quede sedienta
de las notas del alma.
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