La luz que penetraba en su mirada hizo que cerrase los párpados a la vida. Deslumbró sueños que no habían sido concebidos. Una lágrima se desprendió ante aquel ataque de la naturaleza. Seguramente la última, puedo atestiguar que la primera. Nunca vio los colores que pueblan el mundo. Sin embargo, sintió el universo del tacto.
Aprendió a leer con puntos, puntadas de apertura a sueños ajenos, a mundos perdidos que nadie más vislumbraría. Empezó a definir sentimientos con olores y caricias, con palabras hermosas de esas que erizan la piel. Renunció a que cupido la encontrase escondida en su pequeño jardín.
Pero el amor no conoce el hastío, ni la derrota, ni la incredulidad. Le zarandeó el corazón una mañana de primavera.
Nunca se hubiese imaginado que el amor olía a naranja, a canela, a sudor y a tierra. Ni se había fijado que Cupido la miraba todos los días desde la esquina de aquel perdido jardín. No habría esperado una voz ruda y sincera que se interesase por los mundos que su intimidad escondía.
Durante meses el amor fueron olores y sonidos. Y un día se torno en una caricia y conversaciones en las que los corazones se tocan y los besos quedan suspendidos en la eternidad de la inexistencia. Momentos que sublevan la piel del alma.
Su boca entreabierta conoció el primer beso. Inesperado, rápido e inseguro. Sus manos buscaron el rostro ardiente y sus labios decididos sellaron el acuerdo. Dos mundos fundiéndose en la explosión del universo.
Ahora el amor es tacto y gusto, olores y sonrisas. Ella, no puede observar la felicidad en su rostro, pero yo, la veo.
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