Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
G.A. Bécquer
G.A. Bécquer
Una melodía latía dentro de mi. Suave. Quieta. El murmullo que precede la formación de la ola. Un momento de claridad en el medio de un gran tornado inmóvil. Acordes sueltos de una felicidad lejana. Valiente. Dispuesta a comerse el mundo y enfrentar mis miedos. Su movimiento era tan ligero como la brisa que mueven unas pestañas. Tan sutil era su sonido, que un fonendoscopio pegado a mi pecho no hubiese visto que estaba viva.
Te acercaste, risueña y descuidada. La música retumbaba más fuerte cuanto menor era la distancia. Amenazaba con salir. Cuándo tus manos rozaron mi cuerpo fue éxtasis. Sonaron mis armoniosas notas que clamaban por ser escuchadas. Temblé. Una enorme emoción se apoderó de mi. Susurre con voz rota todas las escalas del pentagrama musical. Arrancáste de mi cada nota, cada silencio, cada sol sostenido. Sonreíste y tus labios pronunciaron:
- Vive.
Te acercaste, risueña y descuidada. La música retumbaba más fuerte cuanto menor era la distancia. Amenazaba con salir. Cuándo tus manos rozaron mi cuerpo fue éxtasis. Sonaron mis armoniosas notas que clamaban por ser escuchadas. Temblé. Una enorme emoción se apoderó de mi. Susurre con voz rota todas las escalas del pentagrama musical. Arrancáste de mi cada nota, cada silencio, cada sol sostenido. Sonreíste y tus labios pronunciaron:
- Vive.
No hay comentarios:
Publicar un comentario