y me bastaron dos minutos
para necesitar la asistencia del pañuelo.
Los demás dijeron
que iba a estar demasiado nerviosa
y pocas veces he estado
tan tranquila y segura;
todos decían que no parecía una novia.
Tal vez fue
porque eras tu quien iba a estar a mi lado,
seguro que fue por el amor que el mundo derrochó ese día,
o quizá porque conseguimos
algo íntimo que no dejaba hueco
a la incertidumbre de que alguien no quisiese estar allí
y compartirnos.
Se suponía
que tu debías llegar primero,
que teníamos que volver a casas ajenas a pasar la noche
y que no podías verme antes de poner un pie en la iglesia
pero la felicidad, la espontaneidad, el compartir y la naturalidad,
que siempre acompañan a la magia y a la vida,
hicieron que ninguna de esas cosas pasase.
Y compartimos cama y besos la noche anterior
y esa mañana al despertar,
antes de que me dejases en casa de mi madre
y fueses a casa de tus padres.
Y llegué yo antes, simplemente porque ya estaba todo listo
y no quedaba nada más que hacer
en mi lado,
aunque olvidé algo y no fueron las prisas
fueron las ganas de verte.
Y te dí un beso antes de entrar,
en la plaza que hay bajo la ermita y mira al mar;
y me hicieron fotos con todos los que se acercaron.
Aparecieron de la nada decenas de turistas
que querían inundar la ermita
y los demás, los que decidieron preocuparse
y nos quieren demasiado y deseaban regalarnos un día inolvidable,
se afanaron en echarlos
y permitirnos la privacidad que requiere un hecho tan importante.
Hubo anécdotas que todavía me hacen sonreír,
y me permitirán hacer de rabiar a muchos en el futuro.
Pero más que nada
hubo amor, el nuestro,
de ti hacia mi,
de nosotros hacia nuestra familia
y el de nuestros parientes y amigos
hacia nosotros.
Y nuestro universo brilló incandescente
durante un instante.
La boda fue… nuestra
y de nuestra pequeña familia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario