Se entretuvo en la cocina. Cocinó la comida de toda la semana. En los altavoces resonaban músicas latinas que le recordaban a su infancia, incluso a su adolescencia. Aquellos momentos que pasó tan lejos del lugar en el que estaba ahora. La cocina olía a escalibada y a caldo, a galletas y a pasteles, a salsas y a tomates. En sus manos todavía quedaban rastros a ajo, cebolla e incluso un ligero aroma a café se adivinaba. Estaba absorto en un mundo diferente. En un mundo de sonidos y olores que hacía a su mente vagar por historias no contadas todavía.
No había escuchado que la puerta se abría. En la cocina, el lavavajillas había empezado su rutina. Su sonido se mezclaba con las rumbas y las bachatas que el ordenador profería aleatoriamente. Sus manos, en este momento sostenían una cucharita que le serviría para probar el potaje que se cocía en el fuego de atrás. Una mano en sus caderas, que se movían distraídas, lo sobresaltó. Y su boca profirió un ligero taco. Se volvió. Era Juan. Se le había hecho tardísimo. Si el estaba allí, aquello significaba que se le habían pasado las horas y que ya tendría que haber acabado. Juan le besó. La ternura de aquel beso hizo desaparecer todo resquicio de nerviosismo de su cuerpo que se entregó rendido.
-Es demasiado tarde... Déjame que tengo que acabar esto... sino no vamos a llegar...- Dijo instantes antes de que otro beso terminase de hundir todas sus defensas. Roberto besó a Juan. Ya no había vuelta a atrás. Sus manos ya habían empezado a dirigirse por si mismas. En ese momento Juan se separó. Lo miró con esos ojos que lo desarman a uno y dijo.
-Me voy a la ducha, que nos tenemos que ir o llegaremos tarde al cumpleaños de tu madre... Y no quieres que eso pase, ¿verdad?- Y era verdad, pero no era justo. Ahora el cuerpo de Roberto necesitaba más. Roberto quería replicar mientras Juan se separaba, pero la visión de Juan desvistiéndose por el pasillo se había tragado sus palabras. Además algo despertó su interés. Algo que lo devolvió a la realidad. Algo ya olía, ya estaba, no se debía quemar. Corrió a apagar el fuego y a terminar de recoger la cocina. Si era suficientemente rápido todavía podría pillar a Juan en el último instante de la ducha o al menos recibirlo con una toalla al salir. Pero debía darse prisa. Además tenía que vestirse todavía, tal vez pudiese disfrutar de una ducha rápida con Juan. Esa imagen inundó la imaginación de Roberto que se apresuró a recoger, guardar y dejar en el fregadero, el resto lo arreglaría después. Estaba Juan en el instante final de su ducha. Ese momento en el que el chorro de agua recorre tu cuerpo desde la nuca hasta los pies y cierras los ojos y sientes que no existe nada a tu alrededor. Roberto empezó a desvestirse por el pasillo. Parecía que le iba a dar tiempo. Abrió la puerta del baño y espió durante un segundo ese instante de soledad de su compañero. Se metió en la ducha, rompiendo la soledad.
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