Guardaba en un cajón sueños rotos. Rara vez abría ese cajón. Pero esos sueños, ya hechos trizas, permanecían. No era consciente pero llevaba esa carga. Ese equipaje de vidas no conseguidas de objetivos no finalizados. Cuando se despertaba la sonrisa no lucía en su rostro. Sólo arrugas y obligaciones se reflejaban en él. Era triste ver como se consumía. Nadie conocía aquel cajón. Sólo veían como aquella pequeña criatura otrora feliz y radiante, se volvía oscura y retraída ante sus ojos.
¡Qué malo es tener sueño! ¡Qué malo es soñar con una vida mejor! Cuando no eres capaz de levantarte de la cama todos los días. Te autoinculpas, autodestruyéndote por dentro. Esa bestia inmunda se come todas tus esperanzas. Y tu sueños siguen guardados en un pqueño cajón que sólo tu sabes que existe.
Ya no es divertido bailar. Ni siquiera te entretienes cuando sonríes ante el mundo con una sonrisa falsa, tratando de hacerlos sentir mejor. Pero tú no te sientes mejor. Y te vas haciendo pequeño y triste y sigues recordando esos sueños guardados en un cajón. Aquellas vidas que ya no conseguirás, aquellas risas que no compartirás.
lunes, octubre 29, 2007
sábado, octubre 27, 2007
Placer.
Hoy haciendo una tarta ha venido a mi mente otro de mis pensamientos perdidos... Y es que resulta que los sentidos que consideramos menos importantes son aquellos que nos proporcionan gran placer. No es realmente que sean menos importantes sino que los relegamos a tareas en las que no les prestamos atención. La cocina explora y explota estos sentidos. Mientras realizas la tarta todo es cuestión de tacto. La vista ayuda pero no juega un papel importante. Después los olores inundan tu pituitaria. Hacen que diferencies el estado de las cosas y sirve principalmente para avisarte de en que punto de cocción se encuentra el platillo que te hallas realizando. Por último, lo que hace el gordito del cuento, toca comérselo y en ese momento se funden texturas, olores y gusto en tu boca. La boca es un lugar de placer irreemplazable. La gula y la lujuria tienen su pequeño nido en este centro de placer corporal.
Así que la próxima vez que os encontréis en un momento placentero podéis pensar cual es el sentido implicado. Os aseguro que el tacto, el olfato y puede ser que el gusto estén implicados.
Así que la próxima vez que os encontréis en un momento placentero podéis pensar cual es el sentido implicado. Os aseguro que el tacto, el olfato y puede ser que el gusto estén implicados.
jueves, octubre 25, 2007
Sexo.
Rosa leía un libro. El fuego encendido encendía su rostro. Antonio entró por la puerta quedando estupefacto ante su imagen. Ella llevaba un camisón provocativo y las llamas del fuego hacían resplandecer su blanquecina piel. Rosa no se dio cuenta de que Antonio la miraba incrédulo de que aquella única imagen hubiese encendido toda su pasión. Rosa no se había percatado de su entorno y devoraba el libro con ansia. Como cuando se besa por primera vez después del deseo contenido. Como cuando se prueba el jamón serrano cuando se vuelve a España. Y él la deseaba así. Como si la noche anterior ella no se hubiese derretido entre sus dedos. Como si la hubiese descubierto virgen en un oasis de fuego. Rosa era como una diosa épica de un cuento romano o como una deidad de la naturaleza que se presentaba ante él esperando ser devorada y poseída por él. Un héroe que vuelve de la batalla necesita su recompensa. Ella era su recompensa. Ella había conseguido que algo se encendiera en su interior sin tocarlo, sin ser tocada, sin darse cuenta. De repente su pie se movió. Antonio se desplazaba rápidamente hacia ella. Ella por fin se percató de su presencia. Leyó el deseo en su cuerpo. Y su mente se relamió. Soltó el libro, apoyándolo en el suelo. Y sonrió para indicarle que había adivinado sus intenciones. Aunque esa sonrisa encerraba una actitud. Un pequeño reto. No le sería tan fácil. Tendría que ganarse los favores de la dama. Que lo esperaba en el sofá con un ligero camisón que acabaría en el suelo.
Él.
Ahora él se había ido. No podía creerlo. Se había negado a aceptarlo. Ella siempre había sido fuerte. Siempre, ante el mundo había aparentado ser de hielo. No importaba cuan dura fuese la decepción siempre parecía que hubiese ensayado la sonrisa por si pasaba. Pero ahora él no estaba. Él era su corazón. Él era quien siempre había cuidado de ella. Él siempre había sujetado su mano, incluso en los momentos en los que ella se había negado a quererlo. Pero ya no estaba. Y no volvería. Y tenía que aceptarlo. Lo había enterrado pero aún no podía creerlo. Aún no podía mirarse al espejo y verse sin que se reflejase su rostro en su mirada. Él ya no estaba. Ella creía estar preparada para todo. Ella intentaba seguir moviéndose en contra de lo que su cuerpo pedía, de lo que su mente anhelaba. Ella necesitaba un abrazo y había abrazos pero no el que ella necesitaba. No podía explicarlo, él era su hogar. Él era como volver a casa. Había intentado echarlo millones de veces, porque temía no poder vivir sin él. No ser lo bastante fuerte. Y ahora él no estaba. Habían conseguido lo que pocos consiguen. Habían conseguido seguir juntos y crecer juntos. Habían logrado amarse más allá de las pequeñas manías del otro. Ella sabía que se lo debía a él. Que de él era el mérito de su amor. Y no porque ella no le amase, sino porque ella era incapaz de reconocer que lo necesitaba. Porque ella era capaz de autodestruirse. Ella sabía que él la había amado por encima de él mismo. Él siempre actuaba como si tuviese miedo de perderla. Como si él supiese que era un ave salvaje a la que había encerrado en una gran jaula. Como si pensase que ella encontraría en algún momento la manera de escapar. Como si él siempre estuviese dispuesto a seguirla y a hacer su jaula junto a la de ella. Pero él nunca había pensado en qué haría el pajarito en la jaula sin que él estuviese ahí. Y ahora él no estaba.
No sabía por qué esa mañana era diferente. No entendía que le impedía moverse. Hasta ahora siempre que se había obligado había conseguido continuar moviéndose y había creído en la teoría del movimiento perpetuo. No llegaba a comprender como el olor de él la había despertado. Era un olor profundo. Ese olor que solo perciben los enamorados. Ese olor que le recordaba su adolescencia, su juventud, toda su vida. Ese olor que era su hogar, su mente, su corazón, su lugar en el mundo. Ese olor que la definía. Ese olor que la hacía completa. Pero él no estaba. No se había ido voluntariamente, no la había abandonado, aunque ella se sintiese así y lo culpase por no estar. Él sólo había muerto. Dejándola en un plano diferente. Dejándola como nunca había sabido estar. No sabía estar sola. Pero él nunca se había dado cuenta de eso. No sabía que hacer si no podía llamarle. Si no podía oirle decir que todo saldría bien. No podía salir de la cama. Y no es que no hubiese ofertas de diversión, sólo que sin él ella no sabía divertirse. No podía esbozar esas sonrisas por las que él contaba chistes. No sabía cuanta azúcar le hacía falta al café. No sabía acariciar si no estaba su torso desnudo a su lado. ¿Serían las sábanas que aún olían a él? Había oído la puerta. Sabía que alguien había entrado. Había apagado el teléfono. No había llorado. No sabía llorar sin él. No recordaba las palabras que en otros momentos habían hecho que su vida tuviese sentido. Alguien intentaba consolarla. Pero ella tenía la mirada perdida de algún lugar de la habitación. Todavía oía su respiración, podía escuchar su corazón latiendo si se concentraba. Pero no escuchaba a alguien que revoloteaba por su piso intentando sacarla de la cama.
No sabía por qué esa mañana era diferente. No entendía que le impedía moverse. Hasta ahora siempre que se había obligado había conseguido continuar moviéndose y había creído en la teoría del movimiento perpetuo. No llegaba a comprender como el olor de él la había despertado. Era un olor profundo. Ese olor que solo perciben los enamorados. Ese olor que le recordaba su adolescencia, su juventud, toda su vida. Ese olor que era su hogar, su mente, su corazón, su lugar en el mundo. Ese olor que la definía. Ese olor que la hacía completa. Pero él no estaba. No se había ido voluntariamente, no la había abandonado, aunque ella se sintiese así y lo culpase por no estar. Él sólo había muerto. Dejándola en un plano diferente. Dejándola como nunca había sabido estar. No sabía estar sola. Pero él nunca se había dado cuenta de eso. No sabía que hacer si no podía llamarle. Si no podía oirle decir que todo saldría bien. No podía salir de la cama. Y no es que no hubiese ofertas de diversión, sólo que sin él ella no sabía divertirse. No podía esbozar esas sonrisas por las que él contaba chistes. No sabía cuanta azúcar le hacía falta al café. No sabía acariciar si no estaba su torso desnudo a su lado. ¿Serían las sábanas que aún olían a él? Había oído la puerta. Sabía que alguien había entrado. Había apagado el teléfono. No había llorado. No sabía llorar sin él. No recordaba las palabras que en otros momentos habían hecho que su vida tuviese sentido. Alguien intentaba consolarla. Pero ella tenía la mirada perdida de algún lugar de la habitación. Todavía oía su respiración, podía escuchar su corazón latiendo si se concentraba. Pero no escuchaba a alguien que revoloteaba por su piso intentando sacarla de la cama.
Aprender.
- Las musas me han abandonado- dijo y no miró atrás. Tras tanto éxito ya no podía escribir. Ya no quería escribir. Ya no salían hermosas palabras de su pluma. Hacía ya tiempo que no era una pluma. - Las musas me han abandonado.- Sentenció. Y una sonrisa pícara asomó en sus labios.
Lucía que lo miraba atónita creyó intuir que él lo había deseado. Lucía tenía a Anna en su regazo. Anna no entendía muy bien la situación pero respondió con una carcajada. A los 13 meses no hay muchas maneras más de expresarte.
- Pero papá... - Respondió Lucía que no terminaba de entender a santo de que venía aquello.
- Que bonita que eres Anna, tú si que me entiendes- Dijo él. Parecía inmune a las quejas de Lucía.
Lucía no podía imaginárselo sin escribir. No podía imaginar que Sebastián no siguiese su ritual matutino. Hacía el café y proseguía su camino hacia aquel rincón en el que había pasado más de la mitad de su vida.
- ¡¡Papá!! Vuelve a la realidad. Tú eres incapaz de estar sin escribir más de 10 minutos. Es como el aire que respiras o las tartas para un niño.
- Pero que quieres que haga hija... las musas me han abandonado. Se han ido a conquistar cabezas más jóvenes con nuevos sueños.
- Pero y ¿qué pasa con tus sueños?- Respondió Lucía que no sabía que decir.
- Lo único que quiero hacer en este instante son llevarme a Anna al parque y disfrutar mientras crece.
- Muy bonito papá... pero tú vida es escribir...- Dijo Lucía con un poco de envidia por todo el tiempo en el que no la había visto crecer. A pesar de ello sonrió. Y era una sonrisa sincera y cariñosa, como la madre que entiende que su hijo servirá para complacer las frustraciones de alguien que se ha dado cuenta lo que ha perdido.
- Ahora mi vida es la pequeña marmotita que juguetea sobre tu regazo. ¿Verdad que sí? - Dijo mientras levantaba a Anna. Anna se rió. Lucía ya no pudo apartar su mirada de la extraña pareja. Ya no pudo replicar. Sabía que las musas volverían pero quizás su padre ya no las escuchase como hasta ahora. Ya no absorberían su mente.
Lucía que lo miraba atónita creyó intuir que él lo había deseado. Lucía tenía a Anna en su regazo. Anna no entendía muy bien la situación pero respondió con una carcajada. A los 13 meses no hay muchas maneras más de expresarte.
- Pero papá... - Respondió Lucía que no terminaba de entender a santo de que venía aquello.
- Que bonita que eres Anna, tú si que me entiendes- Dijo él. Parecía inmune a las quejas de Lucía.
Lucía no podía imaginárselo sin escribir. No podía imaginar que Sebastián no siguiese su ritual matutino. Hacía el café y proseguía su camino hacia aquel rincón en el que había pasado más de la mitad de su vida.
- ¡¡Papá!! Vuelve a la realidad. Tú eres incapaz de estar sin escribir más de 10 minutos. Es como el aire que respiras o las tartas para un niño.
- Pero que quieres que haga hija... las musas me han abandonado. Se han ido a conquistar cabezas más jóvenes con nuevos sueños.
- Pero y ¿qué pasa con tus sueños?- Respondió Lucía que no sabía que decir.
- Lo único que quiero hacer en este instante son llevarme a Anna al parque y disfrutar mientras crece.
- Muy bonito papá... pero tú vida es escribir...- Dijo Lucía con un poco de envidia por todo el tiempo en el que no la había visto crecer. A pesar de ello sonrió. Y era una sonrisa sincera y cariñosa, como la madre que entiende que su hijo servirá para complacer las frustraciones de alguien que se ha dado cuenta lo que ha perdido.
- Ahora mi vida es la pequeña marmotita que juguetea sobre tu regazo. ¿Verdad que sí? - Dijo mientras levantaba a Anna. Anna se rió. Lucía ya no pudo apartar su mirada de la extraña pareja. Ya no pudo replicar. Sabía que las musas volverían pero quizás su padre ya no las escuchase como hasta ahora. Ya no absorberían su mente.
miércoles, octubre 24, 2007
Cursillo de lengua...
Hoy, bueno ayer o el lunes, oí la palabra verborragia... me sonó extraña y creía que era una inventada de esas que a veces te encuentras por el mundo... pues nada más lejos de la realidad...
Pues a lo que ibamos, verborragia es verbosidad excesiva... y si buscas verbosidad es abundancia de palabras en la elocución. Por lo tanto verborragia es abundancia excesiva de palabras en la elocución. No sé me llama la atención que la abundancia sea excesiva. La abundancia siempre ha sido buena, siempre se pide abundancia. ¿Algo bueno puede ser excesivo? No lo tengo muy claro. Bueno pues esto ya es verborragia porque no estoy diciendo nada... Simplemente desvarío.
Pues a lo que ibamos, verborragia es verbosidad excesiva... y si buscas verbosidad es abundancia de palabras en la elocución. Por lo tanto verborragia es abundancia excesiva de palabras en la elocución. No sé me llama la atención que la abundancia sea excesiva. La abundancia siempre ha sido buena, siempre se pide abundancia. ¿Algo bueno puede ser excesivo? No lo tengo muy claro. Bueno pues esto ya es verborragia porque no estoy diciendo nada... Simplemente desvarío.
domingo, octubre 21, 2007
Silencio...
Odio el silencio. La falta de tristeza, la falta de llanto, la falta de vida. No soporto el silencio. Esa ira contenida que surge en mi interior. No aguanto el silencio, esos te quiero que se quedaron sin decir. Esos reproches que no surgieron por no ser el momento. Esa cortesía silenciosa que me obliga a callar cuando no quiero. Esas lágrimas que se niegan a recorrer mi rostro. Odio el silencio. No soporto que no estés a mi lado. No quiero aguantar tenerte a mi lado en este momento. Te llamo. Intento romper el silencio pero parece que las palabras no asoman por mi garganta. ¿Me oyes gritar? Me vuelve loca este silencio. Esta nada suspendida sobre mi. Esta frustración que viene de ningún lugar. Y sé que te quiero. ¿Te dije ya que odio este silencio? Este no poder llorar porque no puedo. Este no poder gritar porque no puedo. Este no saber porque hay vacío dentro de mi. Vacío, eco, silencio. Odio este silencio. ¿No me oyes? ¿No lo entiendes? Por favor, rompe esta nada en la que me ahogo. No sé como sobrevivir. No quiero este vacío, esta frustración, esta melancolía que me invade. Odio este silencio.
Odio el silencio. La falta de alegría, la falta de ruido, la falta de vida. No soporto el silencio. Me gusta la lluvia porque rompe el silencio. Cuando mi mente despierta relajada y oye su sonido, ese pequeño instante en el que sólo se oyen los sonidos de la casa, el viento azotando contra las ventanas. Después oigo tu aliento, acompasado, lento. Cierro mis ojos y vuelvo a dormir. Una sonrisa alumbra mi rostro. No hay pesadillas, no hay silencio. Sólo el suave murmullo de vida que nace de ti. Me relaja. Me tranquiliza. Me hace feliz.
Odio el silencio. La falta de alegría, la falta de ruido, la falta de vida. No soporto el silencio. Me gusta la lluvia porque rompe el silencio. Cuando mi mente despierta relajada y oye su sonido, ese pequeño instante en el que sólo se oyen los sonidos de la casa, el viento azotando contra las ventanas. Después oigo tu aliento, acompasado, lento. Cierro mis ojos y vuelvo a dormir. Una sonrisa alumbra mi rostro. No hay pesadillas, no hay silencio. Sólo el suave murmullo de vida que nace de ti. Me relaja. Me tranquiliza. Me hace feliz.
miércoles, octubre 10, 2007
I miss you.
¿Por qué I miss you expresa mejor lo que siento en este momento? Te echo de menos no tiene la misma carga no es tan de dentro, es más largo. No expresa la urgencia con la que mi cuerpo necesita al tuyo. No expresa que quiero oir tu corazón mientras me ttumbo en tu pecho. No expresa el abrazo que debería sentir ahora mi piel. No expresa para nada lo que en este momento echo de menos. I miss you es más poético, es más candente, es más vehemente y al momento lánguido y suave. I miss you te acaricia como un pañuelo de seda y penetra en tu alma dejando esa sensación melancólica de morriña. Ese tacto que sientes pero ya no está. Ese beso que se quedo colgado de tus labios pero desapareció horas atras. I miss you... I miss you. Porque no te echo de menos sino que I miss you. Necesito que ese beso sea ahora y no luego. Necesito sentir tu abrazo en mi cuerpo mientras me duermo. Necesito meterme debajo de la sábana y saber que estarás cuando despierte. Y ver tu sonrisa, esa sonrisa que I miss. Que perdí en un rincón pero aun recuerdo. Esa mirada aun latente en mi retina. Y no te echo de menos porque mis ojos todavía no lloran pero mi alma miss you. I miss you... I miss you... I miss you... I love you...
Psicología barata...
Acabo de ver un documental que intentaba explicar la creatividad. Si tenemos en cuenta que no estoy muy segura de que eso se pueda explicar si he visto ciertos patrones que ocurren en personas que conozco y me he visto identificada en cosas que se han dicho. Yo a veces tengo la compulsión de escribir. Esos pensamientos que yo llamo mis pensamientos perdidos normalmente son momentos en los que estoy haciendo algo y si no me reprimiese saldría corriendo a escribirlos en alguna parte para que no se me olvidasen. Siempre digo que no se me olvide que no se me olvide y a menudo se me olvida. A veces me obsesiono con esas cosas. Con cosas pequeñas como una chica pelirroja (de pelo naranja) vestida de naranja. Y después me obsesiono con conversaciones, situaciones o pequeños detalles a los que nadie dio importancia. Procuro y he aprendido a controlarlo. De pequeña me costaba muchísimo dormirme porque no podía parar de pensar en una conversación y darle vueltas en mi cabeza. Ahora me obligo a olvidarlo. Si ha sido algo traumático para mi lo puedo revivir años y sigo sintiendo la misma emoción. Es extraño. Además suelen ser sensaciones que me cabrean y gruño un poco. Por eso suelo decirles a los psicólogos que soy obsesiva pero nunca me creen. O emocionalmente inestable pero tampoco se lo creen.
También relacionaba la creatividad con las personas que no tienen bien configurados sus filtros de percepción. Que perciben de más y esto les bloquea. Eso me ha hecho acordarme de jPod, el libro de Douglas Coupland. En él se habla de pequeños autistas que son personas brillantes que tienen uno de sus filtros de percepción mal configurado y comportamientos que a nosotros nos parecen normales pueden llegar a bloquearlos. Yo conozco gente así. Y me divirtió leerlo. Se estresan por un abrazo, demasiada información a través del tacto, o incluso a través del oído o el olfato. Se caracterizan por ser seres especialmente irritables y bastante creativos, si descubren como sacarlo, sino se vuelven personas estresadas y tristes.
Si algún psicólogo quiere estudiarnos a mis amigos y a mi que lo diga... Yo los convenzo.
También relacionaba la creatividad con las personas que no tienen bien configurados sus filtros de percepción. Que perciben de más y esto les bloquea. Eso me ha hecho acordarme de jPod, el libro de Douglas Coupland. En él se habla de pequeños autistas que son personas brillantes que tienen uno de sus filtros de percepción mal configurado y comportamientos que a nosotros nos parecen normales pueden llegar a bloquearlos. Yo conozco gente así. Y me divirtió leerlo. Se estresan por un abrazo, demasiada información a través del tacto, o incluso a través del oído o el olfato. Se caracterizan por ser seres especialmente irritables y bastante creativos, si descubren como sacarlo, sino se vuelven personas estresadas y tristes.
Si algún psicólogo quiere estudiarnos a mis amigos y a mi que lo diga... Yo los convenzo.
martes, octubre 09, 2007
Cambios
Es muy extraño. Ahora resulta que me esta cambiando el color del pelo. No es que me disguste... nada más lejos de la realidad, sólo me parece extraño. De hecho está tomando un tono cobrizo bastante sexy y tiene más matices, cosa que le da vida. Pues resulta que yo era morena de pelo, y cada vez se me oscurecía más... Cosa bastante típica cuando uno se hace mayor. Pero ahora le ha dado por aclararse. Tanto que tengo un pelo de cada color, pero tienden al castaño claro y al rojizo. Es realmente extraño. ¿Será cosa de hormonas? ¿Será que mi cuerpo se aburre y decide cambiar? Quien sabe...
Además cada vez el color de los ojos se me hacía más claro, cosa que también sigue pasando. Así que si algún día me vuelvo pelirroja de ojos verdes no os extrañéis que parece que son cosas de crecer.
Lo único que se me oscurece es que cada año consigo un tonito más moreno. Algunas personas empiezan a notar la raya del biquini... Todo son ventajas :P
Además cada vez el color de los ojos se me hacía más claro, cosa que también sigue pasando. Así que si algún día me vuelvo pelirroja de ojos verdes no os extrañéis que parece que son cosas de crecer.
Lo único que se me oscurece es que cada año consigo un tonito más moreno. Algunas personas empiezan a notar la raya del biquini... Todo son ventajas :P
Manias
A zon le pone nervioso que yo cuando leo por internet subrayo el texto que estoy leyendo. No sé es una costumbre adquirida a la que yo no le daría mayor importancia si no le viese ponerse de los nervios cada vez que lo hago. No lo hago a propósito, es más bien algo inconsciente que me sirve de apoyo...
Yo tengo millones de manías pero a veces me divierte comprobar que no soy la única persona en el mundo a la que le ponen de los nervios pequeñas cosas que hacen los demás :)
Yo tengo millones de manías pero a veces me divierte comprobar que no soy la única persona en el mundo a la que le ponen de los nervios pequeñas cosas que hacen los demás :)
lunes, octubre 08, 2007
Anna
Anna estaba emocionada. Era su primer día. Ya había escogido el vestido que se iba a poner. Conocería mucha gente nueva. Se divertiría. Aprendería nuevas cosas. Estaba contenta y a la vez la inundaba ese temor que uno tiene a las nuevas experiencias. Todavía no se podía creer que por fin hubiese llegado. No podía estarse quieta. Su madre corría detrás de ella diciéndole lo que tenía que hacer. Anna se enfrentaba a su primer día de colegio y su madre todavía lo estaba asimilando. No podía ser que estuviese creciendo tan deprisa. Su madre tenía más miedo que ella, y no estaba contenta. Más bien tenía una nota de melancolía en la voz mientras le peinaba el pelo y le decía que a las 5 la iría a recoger.
Anna había escogido su vestidito naranja, a juego con su pelo. Era el vestido favorito de Anna. Anna no podía estarse quieta. Y comentaba en voz alta todo lo que se le pasaba por la cabeza.
-¿Y quién estará allí?... Mama, ¿tú estarás allí?... ¿Y me dejarán pintar?... ¿Y cómo se llama la profa?¿Cuántos niños habrá?... ¿y tú dónde vas a estar?... ¿A que es bonito mi vestido?... NO QUIERO GALLETAS... - Decía mientras su madre intentaba responderle y darle el desayuno para que no llegase tarde.
Anna había escogido su vestidito naranja, a juego con su pelo. Era el vestido favorito de Anna. Anna no podía estarse quieta. Y comentaba en voz alta todo lo que se le pasaba por la cabeza.
-¿Y quién estará allí?... Mama, ¿tú estarás allí?... ¿Y me dejarán pintar?... ¿Y cómo se llama la profa?¿Cuántos niños habrá?... ¿y tú dónde vas a estar?... ¿A que es bonito mi vestido?... NO QUIERO GALLETAS... - Decía mientras su madre intentaba responderle y darle el desayuno para que no llegase tarde.
domingo, septiembre 30, 2007
Besos.
Al hilo del post anterior, una cosa que lleva mucho tiempo dándome vueltas por la cabeza. Mi primera aproximación a los besos (los morreos y eso) fue gracias a un poema de Amado Nervo.
Yo ya me despedía.... y palpitante
cerca mi labio de tus labios rojos,
«Hasta mañana», susurraste;
yo te miré a los ojos un instante
y tú cerraste sin pensar los ojos
y te di el primer beso: alcé la frente
iluminado por mi dicha cierta.
Salí a la calle alborozadamente
mientras tu te asomabas a la puerta
mirándome encendida y sonriente.
Volví la cara en dulce arrobamiento,
y sin dejarte de mirar siquiera,
salté a un tranvía en raudo movimiento;
y me quedé mirándote un momento
y sonriendo con el alma entera,
y aún más te sonreí... Y en el tranvía
a un ansioso, sarcástico y curioso,
que nos miró a los dos con ironía,
le dije poniéndome dichoso:
-«Perdóneme, Señor esta alegría.»
A veces este poema asalta mi mente y se repite en ella millones de veces. Me parece sublime y sencillo.
Yo ya me despedía.... y palpitante
cerca mi labio de tus labios rojos,
«Hasta mañana», susurraste;
yo te miré a los ojos un instante
y tú cerraste sin pensar los ojos
y te di el primer beso: alcé la frente
iluminado por mi dicha cierta.
Salí a la calle alborozadamente
mientras tu te asomabas a la puerta
mirándome encendida y sonriente.
Volví la cara en dulce arrobamiento,
y sin dejarte de mirar siquiera,
salté a un tranvía en raudo movimiento;
y me quedé mirándote un momento
y sonriendo con el alma entera,
y aún más te sonreí... Y en el tranvía
a un ansioso, sarcástico y curioso,
que nos miró a los dos con ironía,
le dije poniéndome dichoso:
-«Perdóneme, Señor esta alegría.»
A veces este poema asalta mi mente y se repite en ella millones de veces. Me parece sublime y sencillo.
Tristeza.
Para mi la imagen de la tristeza siempre ha sido algo más melancólico, una tarde gris con lluvia cayendo en la calle y alguien que lo mira desde una ventana porque no puede salir. Y el sonido siempre fue la canción de Cómplices de "Hoy necesito". Era como si alguien pudiese salvarme de mi soledad. Y aunque a veces, cuando me siento así todavía siguen siendo esos mis referentes de melancolía o soledad, ya no lo son de tristeza.
Todo eso cambió. Fue cuando vi la escena de Anatomía de Grey de Izzie en el suelo del baño sin poder levantarse. Si a esta escena le añadimos la canción de Snow Patrol que cerraba la temporada anterior, podéis haceros una idea de que pienso cuando estoy triste o de como me siento. Me siento exactamente así. Aunque no me dejo tirarme en el suelo del baño, porque sino tengo miedo de no volver a levantarme, lo que me apetece hacer es eso. Es lo que tiene ser emocionalmente inestable. Lo bueno de saberlo es que no dejas que eso llegue más allá. Y lo mejor, la capacidad esa se la tengo que agradecer a mi madre que es una grandísima educadora. Mi hermano y yo no somos gente fácil y ha conseguido hacer de nosotros gente de provecho.
Para finalizar este post esa es la magia de los libros, las películas, los relatos... toda la cultura que nos envuelve hace que nos veamos reflejada en ella. Esas son las cosas que necesitamos para no sentirnos solos, saber que alguien más se ha sentido alguna vez exactamente igual que tú. Y eso se consigue a través de la comunicación. Lo gracioso de todo esto es que al final, a veces las ideas que tu tienes sobre algo son imágenes de otro que se han grabado en tu cabeza.
Todo eso cambió. Fue cuando vi la escena de Anatomía de Grey de Izzie en el suelo del baño sin poder levantarse. Si a esta escena le añadimos la canción de Snow Patrol que cerraba la temporada anterior, podéis haceros una idea de que pienso cuando estoy triste o de como me siento. Me siento exactamente así. Aunque no me dejo tirarme en el suelo del baño, porque sino tengo miedo de no volver a levantarme, lo que me apetece hacer es eso. Es lo que tiene ser emocionalmente inestable. Lo bueno de saberlo es que no dejas que eso llegue más allá. Y lo mejor, la capacidad esa se la tengo que agradecer a mi madre que es una grandísima educadora. Mi hermano y yo no somos gente fácil y ha conseguido hacer de nosotros gente de provecho.
Para finalizar este post esa es la magia de los libros, las películas, los relatos... toda la cultura que nos envuelve hace que nos veamos reflejada en ella. Esas son las cosas que necesitamos para no sentirnos solos, saber que alguien más se ha sentido alguna vez exactamente igual que tú. Y eso se consigue a través de la comunicación. Lo gracioso de todo esto es que al final, a veces las ideas que tu tienes sobre algo son imágenes de otro que se han grabado en tu cabeza.
sábado, septiembre 29, 2007
Superpoderes
Tengo un superpoder. Sí como habéis oído, no sólo las madres tienen superpoderes. Todos tenemos algún superpoder. Algunos lo sabemos otros no. A veces no somos conscientes de que tenemos un superpoder. A veces tenemos más de uno. Zon es capaz de coger algún tipo de forma de programar y aprenderla en un día. Javi es capaz de hacer que nadie se enfade con él cuando se sale con la suya. Bueno pues mi primer superpoder es que cualquiera que se tumbe o acueste conmigo acaba durmiéndose aunque no fuese esa su intención. Lo consigo hasta con zon que como todos sabéis es imposible verlo dormir :P. Además es un sueño bastante profundo y reparador. Y suele ser más largo que los que suelen tener. Es gracioso porque eso significa que consigo que la gente se relaje hasta el punto en el que se queda dormida sin querer y sin darse cuenta. Si queréis podéis incluir los superpoderes que sabéis que tenéis.
Un bolso.
Colgó el teléfono.
-Necesito un bolso- dijo en voz alta. Su mente no paraba de repetirlo. No valía un bolso cualquiera, tenía que seguir ciertos requisitos. No podía ser de plástico o de tela. Nunca había tenido un bolso que no fuese de esos materiales. No podía ser muy grande. Pero a ella no le gustaban los bolsos pequeños. Nunca le cabía la mitad de lo que necesitaba. Y no podía ser muy caro, ya se había gastado el dinero que en otro momento le tintineaba en el bolsillo. Y tenía que parecer de persona mayor y responsable. Ella era responsable pero no lograba sentirse mayor.
-Necesito un bolso- repitió sin llegar a oirse. -¿Tengo un traje? Sí, tengo un traje. Necesito un bolso.- Pensaba en voz alta. Los zapatos no serían un problema. Cuando cumplió 22 años empezó a acumular zapatos como hace cualquier mujer. Pero nunca había necesitado un bolso. Nunca le había preocupado el bolso que tenía que llevar. Exceptuando para las bodas y siempre había conseguido uno prestado. Cogió el dinero. Se enfundó en unos vaqueros. La primera camiseta. Y desapareció en busca de un bolso.
"Necesito un bolso." Repetía en pensamientos de camino a cada tienda. Y en cada tienda se repetía lo mismo. "Este no me gusta." "Demasiado grande." "Demasiado pequeño." -¿No tienen uno más sencillo?- "¿Por qué los más sencillos son más caros?" "Por favor, uno sin tachuelas." No encontró ningún bolso. No se decidía. Quizás no estaba preparada para crecer. Tenía una entrevista mañana y no conseguía ningún bolso. O al menos ninguno que diese la impresión que ella buscaba. -Tan sólo es un bolso- Se decía para animarse. Decidió conformarse con uno que si bien no le gustaba del todo, podría dar el pego en caso de necesidad, y además era barato. El bolso en cuestión no la obligaba a deshacerse de su infancia de una manera tan rápida. Exhausta llegó a casa y se tumbó en la cama. Su mente repetía "Necesito un bolso."
-Necesito un bolso- dijo en voz alta. Su mente no paraba de repetirlo. No valía un bolso cualquiera, tenía que seguir ciertos requisitos. No podía ser de plástico o de tela. Nunca había tenido un bolso que no fuese de esos materiales. No podía ser muy grande. Pero a ella no le gustaban los bolsos pequeños. Nunca le cabía la mitad de lo que necesitaba. Y no podía ser muy caro, ya se había gastado el dinero que en otro momento le tintineaba en el bolsillo. Y tenía que parecer de persona mayor y responsable. Ella era responsable pero no lograba sentirse mayor.
-Necesito un bolso- repitió sin llegar a oirse. -¿Tengo un traje? Sí, tengo un traje. Necesito un bolso.- Pensaba en voz alta. Los zapatos no serían un problema. Cuando cumplió 22 años empezó a acumular zapatos como hace cualquier mujer. Pero nunca había necesitado un bolso. Nunca le había preocupado el bolso que tenía que llevar. Exceptuando para las bodas y siempre había conseguido uno prestado. Cogió el dinero. Se enfundó en unos vaqueros. La primera camiseta. Y desapareció en busca de un bolso.
"Necesito un bolso." Repetía en pensamientos de camino a cada tienda. Y en cada tienda se repetía lo mismo. "Este no me gusta." "Demasiado grande." "Demasiado pequeño." -¿No tienen uno más sencillo?- "¿Por qué los más sencillos son más caros?" "Por favor, uno sin tachuelas." No encontró ningún bolso. No se decidía. Quizás no estaba preparada para crecer. Tenía una entrevista mañana y no conseguía ningún bolso. O al menos ninguno que diese la impresión que ella buscaba. -Tan sólo es un bolso- Se decía para animarse. Decidió conformarse con uno que si bien no le gustaba del todo, podría dar el pego en caso de necesidad, y además era barato. El bolso en cuestión no la obligaba a deshacerse de su infancia de una manera tan rápida. Exhausta llegó a casa y se tumbó en la cama. Su mente repetía "Necesito un bolso."
Olores
Ese olor a madera, a sabia, que emanaba de su piel dorada anunciaba la llegada de la primavera. Era un síntoma más como las flores que abren su mirada al cielo o como los pájaros que empiezan a cantar alegres sobre el alfeizar. Se había acostumbrado a los ritmos de su cuerpo, esos que nadie más percibía. A esas pequeñas cosas que la naturaleza le regalaba sutilmente sin que al principio fuese consciente. Ahora las buscaba. Sabía que eran señales que le mostraban pequeños acontecimientos. Diminutos instantes de sabiduría concentrados en un hecho que a priori parecería aislado. Cuando encontraba uno seguia su pista. Para la gente era como leer las hojas del té. Para ella era un divertimento. Era como leer la tristeza en unos ojos que no lloran o la alegría en unas facciones serenas. Era ver los acontecimientos antes de que los demás fueran conscientes, porque podía ver las pequeñas señales. Sus pequeños secretos.
Se puso a mezclar la harina con la mantequilla. Iba a hacer la masa de las galletas. Las galletas eran su manjar preferido en primavera. Pero había muchas más cosas que cocinar. La primavera la volvía trabajadora y la aproximaba a la cocina, a sus olores y a sus cánticos. En su nariz se mezclaba el olor de su piel, ese olor acre, exquisito y sutil, con el olor dulce y arrullador de las galletas en el horno. Los olores inundaron la casa, arrastrando con ellos su olor. Ella imaginaba pequeños relámpagos de color que movían por el aire esos olores. Esos olores llegaban a la nariz de alguien y revelaban recuerdos que parecían olvidados. Todos sabían en la casa que cuando ella hacía galletas estaba a punto de llegar la primavera. Era esa transición silenciosa que se hacía en la casa. Y así empezaba el movimiento tras el estático invierno. Nadie la escuchaba pero todos la veían. Todos se volvían trabajadores para acabar reuniéndose. Alguien empezó a abrir las ventanas. Ella podía escucharlo desde la cocina. Pusieron un disco antiguo que la invitó a bailar. Ella seguía en la cocina preparando la merienda. Grandes vasos de batido rebosaban chocolate, o fresas, según cada uno prefiriese. Y para ella un gran vaso de vainilla, aquel olor daría a su piel un toque maestro, lo sabía. La batidora ahora atareada, hacía nata, levantaba claras, no paraba en toda la tarde. Parecía que el silencio del invierno se hubiese trasladado a la alegría comedida de la primavera. Se oía el murmullo de los coches a lo lejos, de vez en cuando alguna sirena. Olores nuevos invadían la cocina, olores que a veces llegaban de muy lejos. Alguien se estaba perfumando. No sabía dónde pero llegaban a su nariz pequeñas gotas de perfume. Desde la fábrica de tabacos cercana se desprendían unas cuantas fragancias a tabaco seco. Alguien abrió la puerta y el ligero aroma de humo y café se coló por la cocina. Una breve sonrisa iluminó su rostro por un instante. Si no se deba prisa no llegaría. Una tarta fue apareciendo lentamente con su trabajo. Millones de olores exquisitos inundaban el ambiente. La algarabía habia inundado también la casa. De repente apareció una marabunta que ocupó sus asientos, dejando sólo uno vacio, el de ella.
-¿Qué celebramos?- Preguntó el pequeño que era recién llegado. Todavía no conocía las rutinas.
-Que hay tarta.- Respondió ella y comenzó a repartir con una gran sonrisa. Los ruidos y las risas invadieron la cocina.
Se puso a mezclar la harina con la mantequilla. Iba a hacer la masa de las galletas. Las galletas eran su manjar preferido en primavera. Pero había muchas más cosas que cocinar. La primavera la volvía trabajadora y la aproximaba a la cocina, a sus olores y a sus cánticos. En su nariz se mezclaba el olor de su piel, ese olor acre, exquisito y sutil, con el olor dulce y arrullador de las galletas en el horno. Los olores inundaron la casa, arrastrando con ellos su olor. Ella imaginaba pequeños relámpagos de color que movían por el aire esos olores. Esos olores llegaban a la nariz de alguien y revelaban recuerdos que parecían olvidados. Todos sabían en la casa que cuando ella hacía galletas estaba a punto de llegar la primavera. Era esa transición silenciosa que se hacía en la casa. Y así empezaba el movimiento tras el estático invierno. Nadie la escuchaba pero todos la veían. Todos se volvían trabajadores para acabar reuniéndose. Alguien empezó a abrir las ventanas. Ella podía escucharlo desde la cocina. Pusieron un disco antiguo que la invitó a bailar. Ella seguía en la cocina preparando la merienda. Grandes vasos de batido rebosaban chocolate, o fresas, según cada uno prefiriese. Y para ella un gran vaso de vainilla, aquel olor daría a su piel un toque maestro, lo sabía. La batidora ahora atareada, hacía nata, levantaba claras, no paraba en toda la tarde. Parecía que el silencio del invierno se hubiese trasladado a la alegría comedida de la primavera. Se oía el murmullo de los coches a lo lejos, de vez en cuando alguna sirena. Olores nuevos invadían la cocina, olores que a veces llegaban de muy lejos. Alguien se estaba perfumando. No sabía dónde pero llegaban a su nariz pequeñas gotas de perfume. Desde la fábrica de tabacos cercana se desprendían unas cuantas fragancias a tabaco seco. Alguien abrió la puerta y el ligero aroma de humo y café se coló por la cocina. Una breve sonrisa iluminó su rostro por un instante. Si no se deba prisa no llegaría. Una tarta fue apareciendo lentamente con su trabajo. Millones de olores exquisitos inundaban el ambiente. La algarabía habia inundado también la casa. De repente apareció una marabunta que ocupó sus asientos, dejando sólo uno vacio, el de ella.
-¿Qué celebramos?- Preguntó el pequeño que era recién llegado. Todavía no conocía las rutinas.
-Que hay tarta.- Respondió ella y comenzó a repartir con una gran sonrisa. Los ruidos y las risas invadieron la cocina.
viernes, septiembre 28, 2007
Miradas
Su mirada solía reflejar exactamente lo que sentía. Era uno de los rasgos de ella que le habían atraído. Más que atraído, le habían hipnotizado. Sus ojos eran capaces de hacerte sentir cualquier cosa, con sutiles movimientos, pequeñas insinuaciones o inusuales arruguitas. No tenía muy claro si era algo que sólo veía él o era algo que cualquiera que se fijase podía percibir. Cuando estaba melancólica el verde de su mirada se hacía profundo e intenso y eso se reflejaba en toda su belleza, etérea, profunda e intensa. Cuando estaba alegre tintineaban las niñas de sus ojos y no paraban quietas ni un segundo, y se volvía un ser encantador, perdiendo esa fragilidad. Esa metamorfosis era algo que solía descolocarle pero mantenía su interés. La hacia misteriosa, segura y vulnerable. Su mirada, aquello que expresaba todo lo que él necesitaba saber de ella. Aquellos ojos que podían contar cualquier historia. Aquellos que lo trasladaban desde el más aciago de los momentos hasta la más sublime felicidad. Esos que ahora lo miraban desde el otro lado del salón y lo traspasaban como si ya no estuviese.
Esa mirada era la más triste que había visto en sus ojos. Esos ojos verdes velados por las lágrimas. Lágrimas que no caían. No se atrevía a preguntar por qué se empañaban. Lo sabia, pero no quería que ella se lo contase. Eso lo haría real. No estaba preparado para que fuese real. Lo único que necesitaba era abrazarla, pero estaba tan lejos. Su cuerpo parecía una figurita de porcelana, tan blanca, tan fría, tan recta, encargandose de todo, tomando decisiones. Ella odiaba tomar decisiones. Cualquiera diría que no se derrumbaba. Pero el la conocía, podía leer en sus ojos aquello que los demás no podían intuir. Ella sólo deseaba que la abrazase. No podía resistir sentirse así. Había que hacerlo, alguien tenía que ser responsable, lo sabía. Ella también sabía que él no hubiese sido capaz, que estaba atónito como si el mundo se hubiese detenido con la noticia. Él podía sentir que ella lo sabia desde el otro lado de la habitación. Sólo podía fundirse en su mirada, en esos ojos que ahora lo traspasaban. Era lo único que podía hacer.
-¿Por qué no lloras?- Preguntó después del funeral. Ahora podía empezar a creer que era real, no quería, pero podía.
-Por que si empiezo me vas a tener que abrazar, no sé cuando podrás soltar mi mano porque no sé cuando podré parar.- Tras pensar un rato añadió cuando todavía sus ojos lo traspasaban. - ¿Crees que podrás asumirlo?-
Él no supo que contestar. Pero ella ya estaba llorando. Así que la abrazó.
Esa mirada era la más triste que había visto en sus ojos. Esos ojos verdes velados por las lágrimas. Lágrimas que no caían. No se atrevía a preguntar por qué se empañaban. Lo sabia, pero no quería que ella se lo contase. Eso lo haría real. No estaba preparado para que fuese real. Lo único que necesitaba era abrazarla, pero estaba tan lejos. Su cuerpo parecía una figurita de porcelana, tan blanca, tan fría, tan recta, encargandose de todo, tomando decisiones. Ella odiaba tomar decisiones. Cualquiera diría que no se derrumbaba. Pero el la conocía, podía leer en sus ojos aquello que los demás no podían intuir. Ella sólo deseaba que la abrazase. No podía resistir sentirse así. Había que hacerlo, alguien tenía que ser responsable, lo sabía. Ella también sabía que él no hubiese sido capaz, que estaba atónito como si el mundo se hubiese detenido con la noticia. Él podía sentir que ella lo sabia desde el otro lado de la habitación. Sólo podía fundirse en su mirada, en esos ojos que ahora lo traspasaban. Era lo único que podía hacer.
-¿Por qué no lloras?- Preguntó después del funeral. Ahora podía empezar a creer que era real, no quería, pero podía.
-Por que si empiezo me vas a tener que abrazar, no sé cuando podrás soltar mi mano porque no sé cuando podré parar.- Tras pensar un rato añadió cuando todavía sus ojos lo traspasaban. - ¿Crees que podrás asumirlo?-
Él no supo que contestar. Pero ella ya estaba llorando. Así que la abrazó.
jueves, septiembre 27, 2007
Parafraseando: amor y otros desastres.
¿Debe existir un equilibrio entre amar y ser amado? No creo en el equilibrio. Pienso que el tiempo hace que puedas hacer las dos cosas. Es decir, en este momento yo necesito ser amado, quizás alguien me ame. Pero yo amo, amo a veces, amo en silencio, amo a gritos, amo a esas personas a las que quiero tener cerca. Hay momentos en los que alguien necesita que yo le ame. En esos momentos se ve mi amor, que en otros momentos pasa desapercibido. En un instante diferente tal vez mi necesidad de ser amado sea más grande que mi amor. O quizás en algún momento la necesidad de amar sea tan grande que no pueda hacer otra cosa.
En este momento pienso que el amor y la necesidad van unidos. Aunque hay quien dice que si existe uno no puede existir el otro. Quizás lo que no vaya unido sea la posesión y el amor. La necesidad y la posesión no tienen porque ir de la mano. Cuando amas tendrías que ser capaz de soltar lo que amas, aunque no niego que suponga en ocasiones un gran esfuerzo.
Realmente no me preocupa si amo más o si me aman más. Creo que tengo de ambos. Mucho amor para dar y mucho amor para recibir. A veces no entiendo porque quiero a alguien pero le quiero. A veces no me lo pregunto, sólo lo hago. A veces no veo a quien quiero pero no por ello dejo de quererle. A veces no comprendo a quien amo. A mi personalmente con tener a alguien que me abrace en las noches de invierno, y se acuerde de mi cumpleaños, y alguien que necesite abrazarme cuando esté triste me doy por satisfecha.
En este momento pienso que el amor y la necesidad van unidos. Aunque hay quien dice que si existe uno no puede existir el otro. Quizás lo que no vaya unido sea la posesión y el amor. La necesidad y la posesión no tienen porque ir de la mano. Cuando amas tendrías que ser capaz de soltar lo que amas, aunque no niego que suponga en ocasiones un gran esfuerzo.
Realmente no me preocupa si amo más o si me aman más. Creo que tengo de ambos. Mucho amor para dar y mucho amor para recibir. A veces no entiendo porque quiero a alguien pero le quiero. A veces no me lo pregunto, sólo lo hago. A veces no veo a quien quiero pero no por ello dejo de quererle. A veces no comprendo a quien amo. A mi personalmente con tener a alguien que me abrace en las noches de invierno, y se acuerde de mi cumpleaños, y alguien que necesite abrazarme cuando esté triste me doy por satisfecha.
Bloguear...
El otro día leía que un blog es algo que uno escribe porque necesita ser aceptado. Quizás también es algo que uno escribe porque necesita aceptarse. A veces no te importa si lo leen o crees que nadie lo lee y descubres que has conectado con alguien. Aunque sea haciendo automonologos. Me parece que es una manera hermosa de compartirse. Es decir, siempre nos quejamos de que nadie nos llega a conocer, o de que no llegamos a conocer del todo a los que están en nuestro corazoncito. Quizás esta es una forma de que nos conozcan, de que sepan lo que pensamos, de encontrar alguien al otro lado de ese muro que hemos levantado. Como decían en la película del chico blanco (Powder), nos sentimos solos y esto sólo es un medio para conectar, porque todos estamos conectados. Y es maravilloso cuando te reconoces en una persona, no te sientes tan solo. Sientes que hay algo más, que la separación solo es física. En la era de la soledad (y no es que antes no existiera, sino que era más importante comer) hay algo que nos une, nos conecta. Y no es ni más ni menos que lo mismo de siempre, los sentimientos. Lo que nos hace humanos, débiles, imperfectos y hermosos. Eso que hace que alguien te comprenda y te quiera porque se ve en ti.
Un blog personal también es una manera de ser amado. He estado viendo Dexter una serie curiosa que plantea muchos de estos temas. A través de un sociópata. A veces no es que no te sepas reir, sino que no sabes que sabes hacerlo. A veces no es que estés solo sino que no te das cuenta de que estas acompañado.
Un blog personal también es una manera de ser amado. He estado viendo Dexter una serie curiosa que plantea muchos de estos temas. A través de un sociópata. A veces no es que no te sepas reir, sino que no sabes que sabes hacerlo. A veces no es que estés solo sino que no te das cuenta de que estas acompañado.
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